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CONTRAVIENTO

A Esteban, en el Día de la Libertad de Expresión


Por Humberto Silva Torres


Incontables ocasiones escuché advertencias sobre su modo de ejercer la crítica. "Lo van a venir matando", decía la gente que veía con asombro esa denuncia tan ordinaria en las sobremesas sociales pero tan ausente en el escrutinio los medios de comunicación. Para el imaginario colectivo cuestionar a la gente de poder tiene sus consecuencias, y parte de la explicación radica en la transmisión cultural que, por generaciones, ha determinado la relación entre gobernantes y gobernados.


Esta noción popular no es más que una admisión tácita sobre la peligrosidad de hombres que navegan con los honores del cargo y personifican a las instituciones para beneficio exclusivo. En esa tónica, los resabios del autoritarismo nos colocan frente a semejante dicotomía: servidores que por mandato constitucional juran respeto a la ley y un sistema que les concede facultades suprajerárquicas para administrarlas a criterio personal. Si bien no existe aval de la sociedad ante este tipo de prácticas, sí hay por lo menos un razonamiento generalizado a las manifestaciones que encuentran en el escarmiento público la manera explícita de recordar que con el poderoso nadie se mete. Por desgracia, la política de censura en un régimen como el nuestro adquiere un sentido lógico cuando debiera ser un planteamiento inadmisible.


En nuestro sistema electoral, la trascendencia de las figuras públicas cada vez es menos un asunto de capacidad y más una cuestión de imagen. Ese criterio nos lleva a tener una clase política extremadamente costosa porque es a través del marketing o de distractores superfluos, como suplen las carencias intelectuales. Bajo esa premisa, Esteban Meneses Torres se propuso cambiar el paradigma que rendía culto a la personalidad de los gobernantes. Recreó un estilo propio, estridente desde luego, porque su narrativa corría en sentido contrario a las falsas pleitesías patrocinadas por el Estado. Sólo así podía retirar cada una de las capas que ocultaban el pasado de estos personajes y que, convenientemente, permitían apreciar una fachada de pulcritud. Si el funcionario robaba, sin complicaciones le llamaba ratero; si golpeaba mujeres le recriminaba el cinismo con el que pronunciaba discursos sobre equidad y género. Y cuando las conductas privadas de estos personajes trastocaban el orden de lo público las exponía sin ningún filtro.


Esteban recordó a sus contemporáneos y explicó con lujo de detalle a las nuevas generaciones quiénes son en realidad los personajes que se han aferrado al poder durante los últimos 30 años. Poseedor de una memoria privilegiada, desdoblaba como pocos la correlación de fuerzas en el ámbito público y privado. Las casas, las propiedades o el estilo de vida en general, son accesorios que incluía en sus análisis porque no se pueden desvincular de la ruta del dinero, y en un estado tan pequeño como el nuestro, el descomunal ascenso económico de los políticos es un tema de dominio público.


Pocos saben que, durante su paso como legislador, estuvo a punto de los golpes con el gobernador Mario Anguiano en vísperas de la aprobación de un crédito. El entonces inquilino de la Calzada Galván prometió acabar con su carrera política y lo consiguió. Días después del altercado, una avalancha se le fue encima: el aparato con todos sus componentes volcó en su contra para consumar la orden del mandatario. No lograron apresarlo, pero como es normal en estos casos, un enemigo de estas dimensiones cuando no extermina, debilita. Se dice poco, pero un hecho irrefutable es que Meneses Torres tuvo en contra a los tres poderes en el estado, a todos los partidos políticos y a una gran cantidad de medios que recibieron la pauta correspondiente para trazar la versión prefabricada. Fue una campaña, como se dice, de seis ceros. Complementario a esto, e invocando a su agudo sarcasmo, se puede decir que a muchos de los que él llamaba medios "chayoteros" les fue extremadamente bien por aquellos días.


Desde el ostracismo tuvo la paciencia de almacenar todas y cada una de las expresiones que se sumaron a la gran campaña de linchamiento social. Recortes de periódicos, capturas de pantalla y versiones estenográficas de los noticieros eran parte de su compendio. Se propuso desde entonces, pagar con la misma moneda a cada una de esas personas que se prestaron a la difamación. Irrumpió el plano privado porque así lo hicieron con su persona. Vale decir que, en su caso particular, no sólo afectaron aspectos íntimos, sino que su familia fue objeto de calumnias y amenazas a grado tal, que llegó a implementar - junto con su esposa e hijos- un pequeño protocolo de seguridad.


A Esteban siempre le escatimaron su papel de comunicador. En un principio hubo quienes adjetivaron su trabajo como "ciudadano" para diferenciarlo de los formatos "profesionales" cuando lo verdaderamente profesional eran los celos. Sus transmisiones superaban por mucho las estadísticas arrojadas por la red social sin la necesidad de comprar granjas de bots como lo hacen muchas plataformas que transmiten contenidos locales a las regiones más remotas del mundo. Obviamente su notoria exposición estaba asociada a su papel de activista y eso a su vez atrajo a las audiencias que habían emigrado de los medios tradicionales en busca de contenidos más aproximados a la verdad, sin importar la irreverencia o la crudeza de las expresiones.


En una sociedad donde las oficinas gubernamentales son omisas ante el reclamo de la gente, existe la sensación de que el primer peldaño hacia un largo camino a la justicia son los medios. En su momento ese rol lo llegaron a cumplir los impresos, pero la palabra "periodicazo" ya ni siquiera se integra al vocabulario del colimense. A través del programa Al Filo del Machete, Esteban recogió esas expresiones que ya no tenían cabida en los medios tradicionales o se extraviaban en el ciberespacio. E hizo algo que otros dejaron de hacer: investigar.


Casualmente, en la medida que consolidaba su presencia mediática, el gremio periodístico tan proclive a la sincronización de criterios le "retiró" su estatus de comunicador ciudadano con la maliciosa intención de desvirtuar todos sus contenidos y excluir de los casos de represión el acoso del que era objeto. El fallido "levantón" que la policía estatal pretendió hacerle en su propia casa a raíz de una denuncia anónima, fue uno de los primeros intentos por acallarlo en su nueva faceta.


Otro momento que, si bien no llega a ser parteaguas sí se inscribe como un referente en el ámbito de la comunicación local, fue la cobertura que realizó aquella trágica tarde en la que el menor Josué Magaña fue asesinado en la casa del secretario de Turismo. Vecino del lugar de los hechos, atestiguó cómo, mediante una llamada realizada desde la oficina de Comunicación Social, se ordenó bajar la información que algunos periodistas habían colgado a la red antes de conocer la implicación del funcionario peraltista. Esteban no sólo se negó a eliminar su transmisión como le sugirieron algunos corresponsales, sino que al proseguir exhibió la caducidad de todo un sistema confeccionado para imponer la "verdad oficial" y descubrió la magnitud de "los aportes noticiosos de ciudadanos que diariamente hacen actos de periodismo" como lo apunta Jay Rosen.


Las circunstancias estaban dadas para aprovechar la caída de los monopolios informativos y así lo entendió. En una época de continuos cambios el periodismo no podía permanecer intacto. Se modificaron los formatos, surgieron nuevos canales de difusión, cambió la noción del tiempo, del espacio (cobertura), y con ello el concepto de los medios instantáneos. Los costosos estudios de grabación, por su parte, se comprimieron en un aparato portátil al alcance de cualquiera. Y mientras todo eso pasaba, la política de comunicación estatal renunció a esas actualizaciones por privilegiar al periódico de la familia del gobernador.


Heredero del coeficiente intelectual de su padre, estudió el funcionamiento de la red de telecomunicaciones. Eso le permitió sobreponerse a los ciberataques que, cuando no eliminaban su página abortaban la transmisión de sus programas. De hecho, tenía bien identificados los temas que le acarreaban las amenazas de mayor seriedad, casualmente los relacionados con el grupo en el poder. La realidad es que se preparó más para enfrentar otro tipo de escenarios pero no así para un percance automovilístico. Entre sus familiares como entre sus amigos, y al igual que una gran cantidad de cibernautas, prevalece la idea de que el suceso en el que perdió la vida se trató de un crimen de Estado. Me sumo a la hipótesis no sólo por convicción propia, sino porque mi Padre, que fue un político muy experimentado, me advirtió lo siguiente sobre un par de personajes a los que Esteban combatió decididamente: "esos sí mandan matar".


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